Tierra de fiesta y celebración

Nuestros rituales ancestrales y nuestras grandes celebraciones son dos elementos que necesitamos tanto como el aire. Nos dan un sentido de pertenencia. Se dice, a menudo, que en las sociedades tradicionales la gente vive “recordando el último festival y esperando el próximo”, y Cotabambas no es la excepción. Celebrar es una manera de dar sentido a las cosas; es una necesidad.

La tradición cuenta que el carnaval llega a Cotabambas todos los años, hacia el mes de febrero, montado en un caballo blanco. Es una de las celebraciones más esperadas de una provincia en la que estas abundan, y tiene un cierto matiz sobrenatural, que se entrelaza con la cosmovisión que atesoran los pueblos andinos desde tiempos inmemoriales.

El profesor y músico Rómulo Arredondo cuenta una anécdota que lo ejemplifica claramente. Refiere que una noche de carnaval, cuando volvía a casa a caballo tras haber visitado a un compadre, escuchó con regocijo música y voces de mujeres que sonaban en la lejanía del campo. De pronto, su caballo frenó en seco y se rehusó a dar un paso más. Luego de un rato, el músico vio pasar frente a él una comparsa compuesta por los espíritus del carnaval, los cuales, mostrándose siempre de espaldas, continuaron su camino hasta llegar a una catarata, donde desaparecieron. Esta historia muestra que los espíritus de la fiesta y la celebración mantienen plena vigencia en el imaginario popular de la provincia.

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Arredondo añade que otra característica marcada del carnaval cotabambino es su tinte sentimental, que se refleja en la música de la zona. La música andina tiene, entre sus características principales, un cierto aire melancólico, y el género conocido como huayno es uno de sus mayores exponentes. Hacia 1948, el intelectual Edmundo Delgado Vivanco calculaba que quizás un 70 por ciento de las letras de los huaynos se refieren al tema de la despedida. “Tierra, amor y despedida” son el núcleo del acervo sentimental andino, aseguraba entonces, y esto sigue siendo cierto hoy. Un bello ejemplo es provisto por el mismo Delgado en el siguiente fragmento:

Mañana cuando me vaya
¿con qué corazón me iré?
Cada paso que yo diera
por tu ausencia lloraré.
Me iré de noche, no de día
yéndome de día te haría llorar
marchándome de día te haría apenar.

Sin embargo, como apunta el músico cotabambino Wilbert Valencia, el ánimo de los pueblos de Cotabambas es variable y no toda su música es igual. En muchos lugares de Cotabambas lo que predomina es el “carnaval de qhaswas”, con canciones alegres y bailes que se ejecutan en grupo. La qhaswa, en efecto, es un baile grupal de ronda, muy asociado al enamoramiento.

Celebraciones principales

“Es ahí donde se expresa un acercamiento corporal entre dos personas de sexo opuesto, quienes por [...] [un] instante se toman de las manos, durante el tiempo que dura la danza o ronda”, afirma el investigador Libio Benites.

En los conciertos de música que se realizan hoy en Cotabambas, el público también se agrupa en rondas. En ellos, se conversa y se bebe chicha y cerveza, mientras desde el estrado, un conjunto musical anima la fiesta. Lo más tradicional es bailar al estilo de la qhaswa.

Así pues, es inexacto pensar que la música y los bailes del pueblo cotabambino tienen un solo registro. De hecho, la provincia es famosa por su diversidad de bailes, y además de las qhaswas, se practican la llamerada (una danza de corte satírico, habitual en las fiestas de la Virgen de Cocharcas de Haquira) y la “danza de los retachos”, ejecutada por parejas de varones que llevan las cabezas cubiertas con cuero de alpaca y el rostro con pasamontañas, o con una máscara hecha de arcilla, y que van por las calles “bailando y cantando con emoción y alegría, haciendo sonar el zurriago”, en palabras del profesor Roberto Carlos García.

Se practica en Cotabambas también la “danza de los negritos”, especialmente en octubre en el distrito de Haquira, durante las fiestas de la Virgen del Rosario. En una época, en Cotabambas fue muy popular la danza llamada saksa, cuyo vestuario “exclusivamente utiliza productos de la naturaleza, por ejemplo, la salvajina [hierba de color gris] que está colgando de los cerros”, apunta el profesor tambobambino Felipe Roldán. Incluso la marinera, género musical y coreográfico proveniente de la costa, se practica en la sierra peruana, seguida siempre de un huayno.

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Está también la pallusma, la hermosa tradición del enamoramiento a través del canto y baile del huayno durante la preparación del chuño, de noche, en la chuñuna o pampa donde se elabora este producto. Según Ricardo Valderrama y Carmen Escalante, las pallusmas “son canciones de amor que se cantan en los bailes nocturnos que se realizan entre jóvenes solteros de ambos sexos [...], en la pallusma, los solistas son un hombre contra una mujer. [...] Cada joven quiere darle su sello personal y se adecúan además a la situación específica de su relación amorosa”.

Cada 24 de junio, durante la fiesta de San Juan, “los varones tocan el charango de noche para atraer a las mujeres, quienes también van cantando y se forma un contrapunto”, señala el músico José Alccahua, y añade:

El hombre le entrega su warak’a [honda o cuerda para lanzar] o ch’umpi [faja tejida] a la mujer que le interesa, y esta también le da una pertenencia. Habiendo hecho el intercambio, acuerdan encontrarse en otro momento durante el día en cierto lugar al sonido de una flauta o reflejando un espejo al sol/cielo.

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El acervo musical cotabambino es muy diverso. Otra de sus expresiones, el huayno, no solo abarca temas de despedida sino canciones en las que el intérprete se dirige al ganado “cordialmente”, llamándolo “padre”, “madre”, “hermano” o “hermana”. Es una muestra de la cercanía emocional presente entre los cotabambinos y la naturaleza. La letra en quechua de la Canción al caballo, recogida por Valderrama y Escalante, por ejemplo, dice lo siguiente:

Hermano de huesos de acero
hermano de huesos de alambre
vamos hermano
a esta tu casa,
vamos hermanito
donde mi mujer amada.

Edmundo Delgado Vivanco describe esta música como triste en los cantos que se realizan durante las t’inkanas u ofrendas a los apus o a la Madre Tierra; y más bien alegre y comunicativa en la música de las corridas de toros. Estas últimas son parte esencial de las grandes celebraciones de Cotabambas, incluida, desde luego, la gran fiesta del carnaval. Hay una diferencia notable entre las corridas de toros cotabambinas y aquellas de estirpe española, pues las primeras no terminan con la muerte del animal. Esta modalidad es de origen portugués, evidencia de la influencia que tuvieron los comerciantes de ese país en el sur de los Andes peruanos en la época colonial.

En lugares como el distrito de Coyllurqui, la gente se congrega alrededor de la plaza de toros para admirar a los toreros espontáneos, que por lo general, salen al ruedo agitando un poncho rojo y suelen dar un buen espectáculo.

Una corrida de toros en Coyllurqui es también pretexto para comerciar, para socializar, y para beber con los amigos y la familia: en días de corrida, se instala alrededor de la plaza una feria, en la cual se vive el espíritu taurino entre venta de chicha y cerveza, pollo frito y algodón de azúcar. De hecho, durante las corridas de toros, todo lo demás parece detenerse. Las autoridades de la comunidad suelen estar presentes en el espectáculo, e incluso, como sucede también durante las Fiestas Patrias (a finales de julio), abren su casa para que quienes lo deseen puedan almorzar allí; luego, reparten gratuitamente chicha en las graderías de la plaza de toros, donde el público, niños y adultos, aplaude y ríe.

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El grito de “¡olé!”, que un espectador tradicional asocia con la corrida de toros, aquí se escucha rara vez. Durante el intermedio, se da el chawpi qacha, un breve divertimiento en el que las autoridades mismas salen al centro del ruedo a formar una ronda y a bailar; en algunas ocasiones, incluso se sortea algún toro de temperamento más bien manso, y se le suelta desde la tranquera de pase del ganado. El ánimo de juego florece entre los presentes.

En el distrito de Cotabambas, en la víspera de la primera corrida, se organiza un juego llamado runa turus, en el que algunas personas se disfrazan de toros (con cachos, cola y todos los distintivos de este animal) y se dedican a perseguir a los demás. Todos se esfuerzan para evitar ser corneados por estos toros humanos... Al día siguiente, la plaza central se cerca con grandes palos, y las familias presencian el espectáculo instaladas cómodamente detrás de ellos o, si tienen un lugar asegurado, desde los balcones de las casas.

En general, en Cotabambas, son los municipios los que, junto con una comisión organizadora, eligen quiénes serán los toreros “fijos” y de dónde vendrán los toros para las corridas. En una sola tarde, se pueden ver varios estilos de corrida, así como a toreros espontáneos y otros con trajes de luces.

Los instrumentos musicales

Estas celebraciones cotabambinas son animadas por bandas típicas, como Hijo de Pito Orqo, que viene tocando y luciéndose desde hace varias generaciones. Su nombre hace referencia al cerro Pito, ubicado en esa región (orqo significa ‘cerro’ en quechua); la integran músicos campesinos de Cotabambas y su música forma parte habitual de la programación de Radio Surphuy. Esta banda interpreta canciones de temática toril —para la capa, para la salida del toro al ruedo— aprendidas de sus abuelos. “Cuando se mueren nuestros padres, tíos, abuelos, asumimos nosotros, y cuando [...] [muramos] asumirán nuestros hijos. No se va a perder la tocada típica”, dicen.

La música de Hijo de Pito Orqo tiene un resabio militar, como sucede con muchas bandas tradicionales de esta zona. Su ritmo y su instrumentación, que incluye corneta, pito, tambores, bombo y waka waqras —cuernos de vacuno unidos que forman un instrumento de viento—, evocan campañasmilitares. Se afirma que Cotabambas es una de las provincias más patrióticas del Perú, pues ha habido regimientos de cotabambinos peleando en casi todos los conflictos de la historia peruana, incluso en las guerras de la independencia nacional a inicios del siglo XIX, y algo de esa experiencia resuena hasta hoy en sus interpretaciones.

Existe también la otra cara de la moneda: la música tradicional que se reinventa para sonar “moderna”. La cantante haquireña Verónica Rojas, mejor conocida como “La Nueva Taquillera del Sur”, es un buen ejemplo de ello. Su música recurre a instrumentos novedosos para ejecutar el huayno, entre ellos el requinto —una suerte de guitarra pequeña—, los sintetizadores y la batería electrónica. Su ánimo es festivo y romántico, y tiene acercamientos a los ritmos actuales. La popularidad de su propuesta, especialmente entre los más jóvenes, es innegable.

“Mi música no es exclusivamente para Apurímac, sino para difundir a nivel nacional”, apunta Rojas. Es la globalización, que poco a poco va permeando a todos los ámbitos de la vida cotidiana de la región.

Celebraciones principales

Verónica Rojas, conocida como “La Nueva Taquillera del Sur”, joven cantante de huayno moderno muy popular entre las nuevas generaciones, posando delante de Haquira, su ciudad natal. Sin embargo, durante buena parte del año, Verónica no vive allí sino en Arequipa, desde donde hace giras por todo el país, incluyendo Lima.

 

La música de “La Nueva Taquillera del Sur” recurre a instrumentos novedosos para ejecutar el huayno, entre ellos el requinto, los sintetizadores y la batería electrónica. Su ánimo es festivo y romántico, y tiene acercamientos a los ritmos actuales.

La chicha

La chicha de maíz, o chicha de jora, como se le llama en el Perú, es una bebida fermentada de gran consumo en la sierra peruana, y Cotabambas no es la excepción. Se bebe para celebrar todo acontecimiento, sea este grande o pequeño, y puede ser de color amarillento, rojizo o blancuzco, dependiendo del tipo de maíz y de su preparación. Según el libro Realidad cotabambina de Gregorio Cornejo Vergara, el maíz se moja y guarda en un depósito, y se tapa con paja o chala (las hojas del maíz) durante cerca de una semana. Luego, el maíz se separa y se convierte en harina, que se hace hervir con agua. Al enfriarse, la chicha se mezclará con bolos tostados de harwi (maíz a medio tostar) que son masticados por muchas personas y que sirven para la maceración de la bebida. Sabrosa y refrescante, la chicha es una bebida que se consume en el Perú desde épocas ancestrales. En Cotabambas, tradicionalmente se bebe en vasos de madera, llamados qeros, o en cuernos de vacuno. Se bebe también durante la ejecución de las labores agrícolas y forma parte de las mesas de ofrendas a los apus o dioses tutelares.

En varias partes de Cotabambas y otros lugares del sur andino, por ejemplo, la chicha, bebida tradicional elaborada con maíz fermentado, coexiste hoy con la cerveza en las grandes celebraciones y espectáculos musicales. Hay incluso canciones populares dedicadas a la cerveza. En el campo, la chicha mantiene una presencia mucho más tradicional.

El repertorio musical cotabambino no se agota en el huayno. Están, además, los yaravíes o “música que taladra el alma”, como se les ha descrito. Estos expresan las cuitas del amor no correspondido, y su antepasado es el harawi incaico, asociado a los cantos lastimeros que se daban cuando moría un Inca. La letra de un yaraví recogido por Edmundo Delgado de Vivanco, es un ejemplo palpable:

Ya que te ausentas bien mío
lleva en tu corazón
mis tristes ayes.

Que no amándote sin verte
quedaré por ti llorando
todo en pesares.

La contraparte de los yaravíes son las wankas, “cantos de júbilo [...] para celebrar siembras, cosechas”, como anota la musicóloga Chalena Vásquez. Estas “se interpretan sin acompañamiento, lanzando la aguda voz en un ámbito de gran amplitud, que se escucha a gran distancia”.

La huaylía en Haquira

Esto último tiene mucho sentido, pues la geografía de Cotabambas es accidentada y difícil. En 1942, el escritor apurimeño José María Arguedas escribió: “En Apurímac, en estas quebradas del gran río, es donde el ‘carnaval’ cobra todo su esplendor musical. [...] Es música bravía, guerrera, trágica y violenta como el cauce del gran río; misteriosa y triste como la orilla inalcanzable del Apurímac”.

El río tiene gran importancia para los cotabambinos, no solo por su uso agrícola, sino porque musicaliza el ambiente. Lo mismo sucede con las lagunas: no en vano, la acepción aimara del nombre Cotabambas es “pampa de las lagunas”.

Dentro de las wiphalas, un género musical agrícola o carnavalesco, que se canta en situaciones de alegría grupal, existe una temática llamada tuytunki, que podría traducirse como “tú flotas” y que suele narrar un episodio de ahogamiento. Una historia recogida por la musicóloga Gloria Avendaño cuenta de una campesina que reta a un joven pretendiente a pasar una serie de pruebas para conquistar su amor. Como parte del reto, el joven debe atravesar a caballo una laguna.

Mientras el joven cruza cantando y tocando el tuytunki en su charango, un cóndor le entrega una de sus plumas, y le dice: “Cuando tengas dificultades al cruzar, escribe con la pluma el nombre de tu amada. Así te salvarás de ser devorado por las aguas”. Pero el joven, cuando está a punto de ahogarse, se olvida del consejo del cóndor. Llega así al fondo de la laguna, donde encuentra una aldea sumergida, cuyo jefe es el padre de la campesina a la que ama. El joven le suplica al jefe que le permita volver a la superficie para encontrarse con ella, y ante sus negativas, empieza a tocar día y noche el tuytunki. Su música termina por convencer al padre, y los jóvenes se reúnen.

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“Desde entonces, en noches de luna llena, se escucha el charango en las alturas de la laguna, cada vez que los amantes se encuentran”, concluye el relato.

Así como los ríos y las lagunas, también algunos animales de crianza como los toros y los caballos —que llegaron a América en los barcos de los españoles, en el siglo XVI— forman parte esencial del imaginario cotabambino.

El caballo, por ejemplo, es el protagonista indiscutido de la Fiesta del Patrón Santiago, cuya celebración principal se da en la comunidad de Patawasi, distrito de Haquira, en el mes de julio. Santiago, a quien se representa como un soldado montado en un caballo blanco, es también patrono de España. El templo colonial del Apóstol Santiago, en Patawasi, guarda una efigie suya que se venera con gran devoción en estas fechas.

Esta devoción atraviesa la compleja geografía de la región. El señor Urbano Castro Cuba, natural de la vecina provincia de Chumbivilcas, en la Región Cusco, suele ir hasta Patawasi a dejar sus ofrendas y realizar sus pedidos. Él es uno de los muchos fieles que prenden velas al Patrón Santiago, y dejan ante su altar chalinas o prendas asociadas con la caballería, colas de caballo o incluso el excremento de este animal, todo ofrendado para el bienestar de los equinos y “pidiendo la bendición para que se tenga caballos”, como apunta el libro Joyas turísticas de Haquira, del profesor Roberto Carlos García Huayna. Allí se añade que, desde luego, “pasado un tiempo, el pedido se [cumple]”.

El momento más importante de esta celebración es una procesión que se realiza en homenaje al Patrón Santiago, cuya imagen, en medio de fuegos artificiales, sale acompañada por la Virgen, por la multitud y por conjuntos de baile, entre los que destacan los ejecutantes de la “danza de los negritos”. En Patawasi, distrito de Haquira, esta danza hace confluir elementos occidentales y autóctonos, estos últimos representados por los “llameros” (o criadores de llamas), quienes portan máscaras paganas.

Las manifestaciones culturales de Cotabambas incluyen también espectáculos como el “montatoro” y la doma de potros, que ejemplifican el deseo humano de sobreponerse a la naturaleza. Estas prácticas suelen acompañar a las corridas de toros, y en ambas, el público aficionado disfruta de los intentos de los participantes por montar un toro o caballo de temperamento salvaje.

De la misma manera, distritos como Coyllurqui y Cotabambas son célebres por su cultura gallística, que se pone de relieve sobre todo durante las celebraciones de Fiestas Patrias, a finales de julio. Las peleas a navaja entre ejemplares entrenados especialmente para este propósito concitan la atención del público, que da ánimos y apuesta dinero por su competidor favorito. Un buen ejemplar de gallo de pelea puede convertirse en un bien muy preciado y valioso en la región.

Además, dentro de los carnavales de esta zona, existe una fiesta muy importante que podría ser resultado del encuentro de tradiciones prehispánicas —asociadas con la fertilidad— y la figura del caballo, como sugiere el profesor Rómulo Arredondo. En este evento multitudinario, cuyos orígenes se pierden en el tiempo, los participantes ascienden, algunos a caballo y otros a pie, hasta una llanura sagrada. En ella, recogen dos flores altoandinas que tan solo aparecen en esta época del año: surphuy y waqanki. Con ellas, mujeres y hombres adornan sus sombreros y sus caballos.

Se trata del t’ikapallana (de t’ika, ‘flor’, y pallay, ‘recoger’ o ‘cosechar’), “una de las fiestas más esperadas del año”, en palabras del profesor Rómulo Ortega.

Las actividades vinculadas al t’ikapallana fueron declaradas Patrimonio Cultural de la Nación en el año 2014. Aunque se trata de una celebración oriunda de Tambobamba, hoy se realizan carnavales con el mismo nombre en los distritos de Coyllurqui, Cotabambas y Progreso (este último en la provincia de Grau).

La madrugada del t’ikapallana es especial. Las señoras Beatriz y Paulina Tapia, del distrito de Tambobamba, recuerdan que antaño salían caminando de su localidad a la 1 de la mañana para llegar con el amanecer a esta llanura sagrada, de nombre Porotopampa o T’ikapallanapampa. El lugar está a 4.200 metros sobre el nivel del mar y tiene una fuerte carga simbólica, pues se encuentra rodeado de apus o dioses tutelares que velan por el bienestar de los animales y abastecen las despensas de los lugareños.

El caballo es el protagonista indiscutido de la Fiesta del Patrón Santiago, cuya celebración principal se da en la comunidad de Patawasi, distrito de Haquira, en el mes de julio. Santiago, a quien se representa como un soldado montado en un caballo blanco, es también patrono de España.

 

Esforzado paso de la procesión de la efigie del Patrón Santiago en Patawasi. Su culto transandino ha amalgamado la fe hispánica por este santo medieval, que favorecía las conquistas cristianas, con los antiquísimos ritos relacionados con Illapa, deidad precolombina de las lluvias, los rayos, los truenos, la serpiente y la fecundidad del ganado.

Joven tocando el pinkuyllu, instrumento de viento tradicional de los carnavales en Cotabambas, mientras luce un nutrido arreglo de flores surphuy recogidas en Porotopampa, distrito de Tambobamba.

 

Surphuy y waqanki

No es de extrañar que estas flores sean parte esencial de la celebración del t’ikapallana: después de todo, solo florecen entre febrero y marzo, en plena época de carnavales.

Surphuy (Gentianella scarlatina) es una flor lila-azulada que crece en los cactos denominados waraqu, que están recubiertos por espinas blancas, como una pelusa.

Waqanki (Masdevallia veitchiana) es una especie de orquídea de hábitos terrestres y color rojo-amarillo, cuyo nombre quechua se relaciona con el llanto y significa “tú lloras”. La tradición oral inca narra la historia de una hija del Inca que estaba enamorada de un joven guerrero plebeyo. Al enterarse, el Inca ordena la ejecución del joven, pero luego, le perdona la vida ante los ruegos de la princesa y decide enviarlo a apaciguar una zona rebelde en la selva, lo que significaba una muerte segura. Al conocer esta noticia, la doncella corre tras su amado; y donde cayeron sus lágrimas, concluye la leyenda, brotan hoy estas flores.

Los distintos lugares donde se celebra hoy el t’ikapallana tienen siempre un cerro o laguna especial, hacia el cual se asciende a recoger las preciadas flores. Además de a pie y a caballo, los participantes suben hoy también en automóvil. En Tambobamba, se ven al amanecer caravanas de personas que cargan bebidas, comida y productos de intercambio. Entre ellas, asoman cuartetos de caballería en los que también montan mujeres, y se desfila y canta con galantería. La letra de la canción clásica del carnaval cotabambino dedicada a la flor surphuy, originalmente en quechua, dice lo siguiente:

Pescadito, florcita de surphuchay
pescadito, florcita de surphuchay
quién es el que te trajo a ti
quién es el que te llevó a ti
[...]
Yo florcita te llevé
sobre mi caballo lobo te traje
sobre mi caballo lobo te llevé.
Yo florcita te dije la verdad
yo yerbita te avisé la verdad
no te hagas capullo te dije
no te vuelvas flor.

El señor Rinaldo Mansilla, quien va todos los años a caballo desde Tambobamba para esta celebración, afirma que aunque se desconocen los orígenes del t’ikapallana, “La leyenda dice que acá se hacía una t’inkasqa, una ofrenda, un pago a la tierra, y marcaban a los animales. Entonces se comenzó a dar la fiesta acá. Eso dicen”.

Hombres y mujeres usan ponchos rojos de color sangre, con franjas multicolores tipo arcoíris; hay también ponchos verdes con el mismo adorno multicolor

Las fiestas dedicadas a la Virgen

En general, se puede hablar de un estilo propio en la vestimenta típica de los varones cotabambinos, aunque las modas van cambiando y existen influencias foráneas entre muchos jóvenes. El estilo tradicional consiste en pantalones y chaquetas de bayeta, y chalecos llamados chilikus, frecuentemente delineados con botoncitos de colores. Los varones también usan en la cintura el ch’umpi, o faja tejida. Los sombreros son marrones o de color natural, adornados con un cintillo negro.

El profesor Rómulo Ortega dice que, durante el t’ikapallana, los trajes de las mujeres son predominantemente azules o morados, en homenaje a la flor surphuy, y que las polleras o faldas son verdes, en honor a la verdura de la pampa y los cerros circundantes. También cuenta que hasta el siglo pasado, cuando los grupos iban llegando con su música, las familias que durante el año habían tenido problemas resolvían sus diferencias a chicotazos, tal vez una forma tradicional de dejar atrás los rencores y recomponer la armonía familiar.

Otra costumbre importante en la zona, que es además motivo de orgullo en varios lugares de Cotabambas —como la comunidad de Patawasi, donde se celebra cada 17 de enero— es el takanakuy (de takay, ‘boxear, golpear, destrozar’), que consiste en pelear a puño limpio para saldar cuentas frente a un público. El takanakuy se da siempre dentro de un contexto celebratorio, y varias provincias se disputan su origen. Sin embargo, el profesor García Huayna escribe que la costumbre proviene de la época colonial.

Esta liberación de los impulsos podía verse también en costumbres habituales hasta hace unos años en Cotabambas: por ejemplo, algunos hombres robaban a las mujeres para hacerlas sus esposas. Esta práctica, conocida como pasña suway, era muy popular durante la fiesta del t’ikapallana, señala el músico Wilbert Valencia. La costumbre era llevárselas a lomo de caballo. Un grupo de amigos se encargaba de proteger al ladrón y, cuando la familia iba a rescatar a la fémina, lo defendían. Se desataban entonces peleas feroces.

Celebraciones principales

“El eco de la lluvia se produce en todos los grandes barrancos, las cumbres de los cerros parecen temblar, por las pequeñas hondonadas de las faldas bajan torrentes negros que arrastran piedras y árboles. Todo va al río grande. [...] Es el tiempo del carnaval. En estas noches, cuando la voz del río suena con su máximo poder, en todos estos pueblitos de la quebrada, prendidos sobre el abismo, salen a cantar y a bailar el carnaval, el canto guerrero, que es como la ofrenda al río crecido y terrible, al cielo agitado y a la noche lóbrega”.
José María Arguedas,
El carnaval de Tambobamba, 1942

 

Llameras o mujeres que participan en la llamerada, en trance de canciones devocionales para la Virgen Asunta, en Tambobamba. Con el rostro cubierto, las cantantes deben realizar este ritual por lo menos durante tres años consecutivos, para asegurarse el beneplácito de la patrona, quien provee bienestar a los feligreses y a su pueblo.

Esta liberación de los impulsos podía verse también en costumbres habituales hasta hace unos años en Cotabambas: por ejemplo, algunos hombres robaban a las mujeres para hacerlas sus esposas. Esta práctica, conocida como pasña suway, era muy popular durante la fiesta del t’ikapallana, señala el músico Wilbert Valencia. La costumbre era llevárselas a lomo de caballo. Un grupo de amigos se encargaba de proteger al ladrón y, cuando la familia iba a rescatar a la fémina, lo defendían. Se desataban entonces peleas feroces.

Valencia hace la salvedad de que la mayoría de estos matrimonios terminaban siendo aceptados por ambas familias. Otro caso significativo ocurre en la celebración del t’ikapallana en Tambobamba, donde no es raro que las mujeres agarren a los varones a membrillazos (es decir, con el fruto del árbol del membrillo). Las mujeres golpean a los hombres con el membrillo hasta que la fruta queda blanda, y luego se la comen. Es una “lucha de los sexos” en la que los participantes se fastidian unos a otros, luego fingen detestarse, y finalmente, vuelven a quererse. La lucha tiene un carácter jocoso y pícaro en las alturas de Porotopampa, donde en instantes se puede pasar del sol a la niebla, y de las nubes al calor, entre chubascos y granizo.

Además de membrillos, se traen a esta llanura duraznos, pacaes, papas, lana y chuño, entre otros productos, listos para ser comerciados: en la mañana del t’ikapallana, suele haber feria, y los habitantes de las quebradas y de las partes altas se encuentran allí para intercambiarlos. Antes, solamente se hacía trueque; hoy también se usa el dinero.

Celebraciones principales

La fruta tiene también un lugar importante dentro del warak’anakuy, otra práctica que puede verse durante los días del t’ikapallana. En palabras del profesor Felipe Roldán, “empiezan los más guapos de la comunidad a desafiar con su honda y [...] en una especie de manta van llevando la fruta, con la cual comienzan a hondear [arrojar la fruta con las hondas]. Allí comienzan a cantar [wiphalas] para darle valor al hondero”.

Esta clase de competencias es una parte central de las celebraciones carnavalescas. Existe gusto en determinar quién arroja la fruta más lejos, quién canta de manera más ingeniosa, quién toca mejor los instrumentos, quién baila más bonito, quién está mejor vestido o quién resulta vencedor en las carreras de caballos. No hay carnaval sin competencias, y estas pueden ser programadas o espontáneas. El historiador Peter Burke plantea que uno de los elementos recurrentes en el mundo del carnaval, desde tiempos inmemoriales, es precisamente la competencia.

Al día siguiente del evento central del t’ikapallana, mientras se prepara el sancochado llamado t’impu —que contiene, por lo general, carne de res, camote, yuca, repollo (col), arroz graneado, zanahoria, durazno entero, papas, chuño, sal y pimienta—, se dispone una mesa de pago a la tierra donde se colocan algunas de las flores recogidas el día anterior. Esta forma parte de la llamada t’inkasqa, nombre quechua para la ofrenda. Pueden ofrendarse flores, por supuesto, pero también hojas de coca, maíz fresco y seco, papas, incienso, sebo de llama o incluso fetos de este animal... El objetivo de las ofrendas es pedir bienestar para el pueblo, lluvias para sus cultivos o una cosecha abundante.

Yunza, o celebración carnavalesca en la que se baila alrededor de, en este caso, un eucalipto decorado e implantado para el evento. Se toman turnos para dar de hachazos al tronco, y tras varias horas de regocijo, el hachazo final derrumba el árbol con regalos para los participantes. En la fotografía, una yunza celebrada en la comunidad de Arcospampa-Congota.

 

La yunza

La yunza es una tradición de origen muy remoto, que se practica hasta hoy en muchos lugares de la costa, sierra y selva del Perú, aunque con distintos nombres y variaciones. Los karguyuq o padrinos son los encargados de organizar esta fiesta en la que se derriba un árbol cargado de regalos. El profesor Felipe Roldán cuenta que la yunza ha existido en Cotabambas “desde siempre”, aunque antes era practicada exclusivamente por los llamados mistis o terratenientes. Hoy, durante los carnavales cotabambinos, hombres y mujeres, con los rostros pintados con polvos de colores, beben chicha de jora y cerveza, y entonan qhaswas mientras bailan alrededor del árbol de la yunza. Se blande por turnos una afilada hacha sobre su tronco, hasta que el árbol, cargado de regalos, cae al suelo, y la gente se apresura a recogerlos.

La cosecha tiene una importancia enorme. Si durante los carnavales se presenta el riesgo de que caiga granizo, por ejemplo, habrá una persona ausente de las celebraciones: el arariwa, cuya obligación es quedarse en casa con su familia, y lanzar imploraciones y realizar rituales para evitar que el cielo libere su furia. Si el arariwa se atreve a ir a las festividades, será castigado por la comunidad, pues debe dedicarse exclusivamente a la “meteorología”.

El señor Teófilo Alarcón, quien tuvo el cargo de arariwa durante el periodo 2014-2015 en Arcospampa-Congota (distrito de Mara), recuerda cómo él y su esposa pasaron varias noches sin dormir, pidiéndoles a Dios y a los apus que defendieran la cosecha de papas del cielo negro, que amenazaba con granizar. La suya es, sin duda, una labor sacrificada, aunque para un arariwa todo esfuerzo vale la pena si se salvan las cosechas de la comunidad.

De acuerdo con el profesor y periodista Demetrio Túpac Yupanqui, “El arariwa es el vigilante de las chacras: espanta a los pájaros, rateros y al mal tiempo”. En algunas comunidades de Cotabambas y en diversas partes de la sierra sur peruana, los arariwas enfrentan la amenaza climática también de otro modo. Continúa Túpac Yupanqui: “Son especialistas que saben cuándo las nubes cargadas van a lanzar granizo y, en ese momento, avisan al pueblo para que todos comiencen a quemar leña y ramas de arbustos, y así creen un ambiente de calor que aleje o descomponga el granizo o la helada”.

Hay, pues, un fundamento científico en la labor del arariwa, personaje que, según este mismo autor, “domina ‘la ciencia y costumbre de conocer las temperaturas’”.

“Cuando las nubes se conviertan en oscuros nubarrones y el cóndor en fugaz vuelo anuncie la llegada de la tempestad, el arariwa humanizará el fenómeno gritándole, huaraca [honda] en mano: ‘Jahuallanta, urallanta sua pacctatac, carajo’ [por arriba nomás, por abajo nomás, carajo, cuidado ladrón de sembríos] y demás improperios”.
Testimonio del investigador Aníbal Arredondo

Cóndor prefabricado desfilando en Cotabambas durante las celebraciones por Fiestas Patrias, en reemplazo de un cóndor real, dado que se ha prohibido su caza y uso para las corridas taurinas.

El investigador Aníbal Arredondo afirma que, en el distrito de Haquira, el arariwa hace un peregrinaje junto con los mayores, o sunquyuq, de la comarca, hacia el lugar llamado “La Despensa”, que tiene gran importancia para el trabajo agrícola. Se trata de una cueva en cuyo interior hay “macetería de todos los productos andinos bien conservados [...] posiblemente por un ecosistema creado por el anterior arariwa”, según Arredondo.

En el libro Joyas turísticas de Haquira, se afirma que, cada 14 de agosto, se cosecha en “La Despensa” una muestra de la producción del año anterior. Luego, como parte de una ceremonia llamada hayway, se siembran pequeñas cantidades de papa, maíz, haba, olluco, trigo, etc., que serán cosechadas allí mismo al año siguiente. Hayway significa ‘ofrenda’ o ‘sacrificio’, pues tradicionalmente se sacrifican cuyes y una cría de llama, para que la próxima cosecha tenga los mejores augurios. La compleja ceremonia permitirá saber cuál producto agrícola es más conveniente para la siembra del año actual.

Tras un año de arduo trabajo cuidando la producción agrícola, el arariwa finaliza su mandato en el mes de mayo. Hay una ceremonia de despedida, la llamada “Fiesta de la Santísima Cruz”. En ella, el arariwa recorre el laymi o superficie agrícola, y recoge las pequeñas cruces benditas que fueron colocadas por él mismo al iniciar sus funciones. El awki, la persona mayor encargada de los rituales sacros, oficia las plegarias para la papa, para la tierra, para el poblado, y para el arariwa y su familia. Luego, echa su aliento tres veces sobre tres papas escogidas, y el arariwa devuelve las cruces benditas a la comunidad.

Celebrar es una forma de expresar cómo vemos el mundo, y en Cotabambas, la fiesta es una presencia constante en el día a día.

 

Edison Farfán, Augusto Félix Silva, Édgar Ñahui y Herbert Silva, miembros del conjunto Patrón Santiago de Challhuahuacho. Este se formó el 8 de agosto de 1996, día en que se celebra a este santo patrono, quien, según la tradición, realiza milagros y hace prosperar a los animales y al hogar. No son músicos de academia sino de herencia porque sus ancestros también lo fueron, y sus composiciones buscan revalorar la música de Cotabambas.

“La cruz, que fue traída por los españoles en la época de la evangelización, fue admitida por los aborígenes al hacerse una ‘biosíntesis’: adoraban a sus apus y ponían las cruces encima”, anota el profesor Felipe Roldán.

Cabe destacar que las festividades relacionadas con la cruz cristiana están revestidas de solemnidad porque en ellas se reverencia también a la Pachamama o Madre Tierra.

De hecho, una costumbre que aún hoy se puede apreciar en Cotabambas y otros muchos lugares del país consiste en echar a la tierra un chorro del primer trago de chicha, o de cerveza, como señal de reconocimiento a la Pachamama

Celebraciones principales

El sincretismo es el nombre que le dan los estudiosos a la conciliación de dos corrientes de ideas distintas, o incluso opuestas, y es visible en muchas de las costumbres cotabambinas. Quizás un ejemplo importante de este sincretismo sea el llamado turupukllay, la corrida de toros con cóndor. En esta, el toro, animal venido desde Europa, representa el sometimiento extranjero durante la época colonial; mientras que el cóndor, ave autóctona, se opone a él. Hasta hace poco, Cotabambas era el lugar donde más corridas de este tipo se realizaban en el sur andino, especialmente entre julio y agosto, pues es la época de descanso agrícola y de marcación del ganado, que coincide con las celebraciones por la independencia del Perú. Hoy, disposiciones estatales buscan limitar esta práctica, pues el cóndor andino (Vultur gryphus) se encuentra en peligro de extinción.

Antiguamente, se realizaban rituales en los que se pedía permiso a los apus para que prestaran a su “mascota”. Se cantaba y se rezaba, y se pedía por el bienestar de la agricultura y la ganadería, como cuentan Gisselle Meza y Gonzalo Valderrama en su artículo Turupukllay: la corrida del señor gobernador.

La captura del cóndor tomaba varios días, y tradicionalmente, se realizaba teniendo mucho cuidado con el ave, pues se sobreentendía que esta llegaba al pueblo en calidad de préstamo. “Si algo le sucede, no solamente cae una desgracia sobre el captor sino a todas aquellas personas involucradas en la captura”, comenta el profesor Roldán.

En la localidad de Coyllurqui, suelen celebrarse dos turupukllay en dos días consecutivos: una organizada por el alcalde, y la otra, por el gobernador. Es motivo de orgullo y competencia el haber organizado la mejor corrida. Hasta hace poco, una vez capturado el cóndor, el pueblo lo recibía y atendía con chicha de jora y comida. El ave sagrada tenía destinada una habitación en la casa del gobernador o del alcalde. Luego, tradicionalmente el 28 de julio, día central de las celebraciones patrias del Perú, el cóndor salía a desfilar junto con los colegios y otras instituciones cotabambinas.

“El día de la corrida es cuando asume su papel”, continúa el relato de Meza y Valderrama. “El actor principal del turupukllay es amarrado a la espalda de un toro. Así está (dependiendo de si los movimientos del toro son muy bruscos) de 5 a 20 minutos”.

Es importante destacar el enorme poder simbólico que tiene para los habitantes de esta región el enfrentamiento entre el toro —animal de tierra de origen foráneo— y el cóndor —animal que puede surcar los aires, oriundo de los Andes.

 

Haquira

Tambobamba

 
 

Fuerabamba

 

Coyllurqui

 

Mara

 
 

Cotabambas

 

Luego de la fiesta, se realiza el kacharpari o despedida. “Se le lleva [al cóndor] a una parte alta, se le hace un ‘pago’ [ofrenda], se le ‘t’inka’ [se le bendice con una bebida alcohólica], se le da de tomar chicha o cerveza por última vez y se le suelta”, indica el relato de Meza y Valderrama.

El tiempo dirá cuál es el futuro de esta celebración andina. Una reciente corrida realizada en Coyllurqui, aunque no contó con un cóndor, fue muy celebrada por el público.

Pese a los cambios, en Cotabambas no faltan ocasiones para festejar. En una de las celebraciones centrales del carnaval de 2015, que se dio en el estadio Rayrocca de Tambobamba, la delegación de Coyllurqui fue una de las más aplaudidas. Dicha delegación presentó un espectáculo con una waylaqa (hombre vestido de mujer, que se comporta de manera bufa), quien se levantaba la pollera (falda) frente a jueces y autoridades, e incluso empujaba a los bailarines, lo que despertaba las risas del público. Coyllurqui deslumbró también con su danza del t’ikariy (‘divertirse’ y ‘comenzar a florecer’, en quechua), en la que su delegación recreó un pago a la tierra que incluía poner incienso al centro de una gran coreografía.

En esta región, dentro de la tradición de enamoramiento musical llamada pallusma, el hombre puede cantarle a la mujer a la que desea cautivar una canción tradicional que dice:

Palomita ojos negros,
palomita ojos de lucero,
llevaré tu fajita.
Cómo olvidaría tu rostro,
si estoy llevando tu anillo.
Por eso niña estoy llorando
por eso mamacita estoy apenado
hazme probar tu dulce.

Tal avance puede ser respondido por otros versos de la misma canción, entonados luego por la dama:

Tú siendo soltero solo sabes
el verso de la vida antigua.
Solo eso hablas,
solo eso expresas en tu canto.
Con eso engañaré, dices.
Con eso invitaré, dices.
A esta zambita engañaré, dices.
A esta muchachita invitaré, dices.

Costumbres como estas hablan del carácter amable y pícaro de un pueblo que encarna una tradición cultural muy rica. “Nosotros estamos pendientes del almanaque, a ver cuándo toca [celebrar los] carnavales”, ríe el músico Wilbert Valencia.

En efecto, la provincia entera disfruta de la fiesta carnavalesca, y dentro de ella, el concurso de danzas y qhaswas de Tambobamba es de gran importancia. Los ganadores tienen luego el encargo de representar a Cotabambas en el carnaval Pukllay de Andahuaylas que reúne a grupos de todo el Perú. Ese carnaval ha sido declarado Patrimonio Cultural de la Nación.

Entre los años 2012 y 2014, el barrio Huancallo fue el campeón del concurso de danzas y qhaswas de Tambobamba. Lizbeht Abarca, presidenta del barrio y club Huancallo, dice que cada año confeccionan trajes diferentes, de acuerdo a los diseños de las diversas comunidades. Es una inversión considerable. Aquilino Torres Arrambide (25) y Audi Cereceda Castillo (18), danzantes del club, dicen que bailan “desde chibolos [niños]”, y que toman mate de coca en las mañanas para tener más fuerza y físico.

Si los niños crecen con esa costumbre, al final son danzarines como sus padres, [como] sus tíos”, afirma Masías Sotomayor (28), también bailarín. Y luego no se avergonzarán de usar la ropa típica, porque se trata de orgullo; porque la cultura define lo que uno es.

Buena parte de las costumbres cotabambinas tienen relación con el contacto que allí se experimenta con la naturaleza en su estado más puro. Gracias a su especial sensibilidad, sus habitantes han creado una rica cultura viva y fiestas que trascienden su entorno y se enlazan con la necesidad del ser humano de celebrar. No es gratuito: historias y geografías excepcionales suelen dar como resultado culturas excepcionales.

Celebrar es una forma de expresar cómo vemos el mundo, y en Cotabambas, la fiesta es una presencia constante en el día a día. Allí, la celebración continuará por siempre.

Principales celebraciones